viernes, 6 de diciembre de 2013

Hemos subestimado el riesgo de impacto de asteroides masivos

El asteroide que estalló el 15 de febrero de este año cerca de la ciudad de Cheliábinsk en la región de los Urales de Rusia fue el evento de mayor importancia en la Tierra desde 1908, cuando un objeto explotó sobre Tunguska en Siberia. Usando registros en video del suceso, los científicos han reconstruido las propiedades del asteroide y su trayectoria a través de la atmósfera de la Tierra. El riesgo de que objetos similares impacten nuestro planeta puede ser diez veces más alto de lo que se pensaba anteriormente, advierten.


El vuelo de la bola de fuego a través del cielo sobre los Urales fue observado durante las primeras horas del día por muchas personas y fue registrado en numerosos videos. Para los observadores en tierra, se vio 30 veces más brillante que el Sol, y tuvo una energía equivalente a más de 500 kilotones de TNT. Un análisis de observaciones calibradas proporciona ahora una imagen precisa del último viaje del asteroide y revela sorprendentes detalles de su probable origen.

La roca era una condrita ordinaria del cinturón de asteroides que se encuentra entre las órbitas de Marte y Júpiter, como fue revelado por su trayectoria y composición, principalmente silicatos que formaron el Sistema Solar hace miles de millones de años. En el momento en que ingresó a la atmósfera su masa era del orden de 12.000 a 13.000 toneladas métricas, informan dos estudios publicados en línea el 6 de noviembre de 2013 en Nature y otro estudio publicado al mismo tiempo en Science. Esto es casi el doble de pesado de lo que habían sugerido las estimaciones iniciales y también más grande que estimaciones publicadas en junio.

El asteroide bramó a través de la atmósfera superior de la Tierra con una velocidad inicial de aproximadamente 19 kilómetros por segundo; más de 50 veces la velocidad del sonido. A una altitud de entre 45 y 30 kilómetros, el cuerpo altamente fracturado, y por tanto frágil, se dividió en pedazos y finalmente estalló en gas y polvo a una altitud de alrededor de 27 kilómetros.

“Afortunadamente, la mayor parte de la energía cinética fue absorbida por la atmósfera”, dice Jiří Borovička, investigador del Instituto Astronómico, parte de la Academia de Ciencias de República Checa en Ondřejov, cerca de Praga. “Una roca más sólida que podría haber explotado más cerca del suelo habría causado considerablemente más daño”.

Polvo de la explosión

Aunque se ha encontrado miles de pequeños meteoritos en el área, solo unos pocos fragmentos más grandes parecen haber sobrevivido a la explosión. Una roca de 3,4 kg cayó cerca de la ciudad de Timiryazevskiy; otro golpeó el techo de una casa en Deputatskiy. El mayor fragmento sobreviviente, un meteorito de 600 kg, fue recuperado en octubre por buzos desde el fondo del Lago Chebarkul, unos 60 kilómetros al suroeste de Cheliábinsk. Un agujero en el hielo y cálculos tentativos de la trayectoria, causaron que los investigadores asumieran desde el comienzo que un gran fragmento había caído en el lago congelado.

Las ondas de choque resultantes del estallido principal derribaron personas y rompieron miles de ventanas en Cheliábinsk, según informa un equipo internacional dirigido por Olga Popova del Instituto de Dinámica de la Geosfera de la Academia Rusa de Ciencias. En las semanas siguientes al evento, el equipo había evaluado el daño en 50 pueblos repartidos por toda la región del impacto.

En Cheliábinsk, el techo de una fábrica de zinc se derrumbó. En la ciudad cercana de Yemanzhelinsk, el marco de una ventana de la biblioteca local se desprendió y golpeó una estatua del poeta ruso Alexander Pushkin.

Uno de los papers en Nature concluye que antes que el asteroide llegara a la Tierra, su órbita era muy similar a la de un objeto mucho más grande, de 2 kilómetros, conocido como el asteroide 86039, observado por primera vez en 1999.

“Esto difícilmente es una coincidencia”, dice Borovička. La inusual similitud sugiere fuertemente que los dos cuerpos pudieron haber sido una vez parte del mismo objeto, dice.

La posición y órbita del asteroide 86039 se conocen con precisión. Se conoce las órbitas de la mayoría de los aproximadamente 1.000 asteroides de al menos 1 kilómetro de diámetro que orbitan el Sol. No se conoce algún asteroide de gran tamaño que actualmente esté en rumbo de colisión con la Tierra, al menos durante el próximo par de siglos, dice Borovička.

Se sabe mucho menos acerca de los millones de objetos más pequeños que deambulan por el Sistema Solar. El asteroide de Cheliábinsk se aproximó a la Tierra desde una región del cielo que es inaccesible para los telescopios terrestres. En las seis semanas anteriores al impacto, habría sido visible sobre el horizonte solo durante las horas de luz, cuando el cielo es demasiado brillante para ver objetos de su tamaño, dice Borovička.

“El riesgo residual de impacto –de asteroides con órbitas desconocidas- se está moviendo hacia los objetos de tamaño pequeño”, dice Peter Brown, científico planetario de la Universidad de Ontario Occidental en Londres, Canadá, y un autor de los papers en Nature.

De los millones de asteroides estimados cercanos a la Tierra con diámetros de 10 a 20 metros, solo alrededor de 500 han sido catalogados. Los modelos sugieren que un objeto del tamaño del asteroide de Cheliábinsk impacta la Tierra una vez cada 150 años en promedio, dice Brown. Sin embargo, la cantidad de impactos observados que exceden 1 kilotón de TNT durante los últimos 20 años apuntan a un riesgo real de impacto que puede ser un orden de magnitud más alto que lo asumido anteriormente, demuestran en su estudio Brown y sus colegas. Analizar el cielo visible a fin de identificar objetos pequeños que se aproximen podría ser una respuesta prudente, sugiere. Uno de estos sistemas de detección de asteroides y alerta temprana, el Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System (ATLAS), está siendo instalado en Hawái.

El evento de Cheliábinsk puso de manifiesto el gran uso que los astrónomos pueden dar ahora a la información que está rápidamente disponible gracias a los usuarios de dispositivos electrónicos y medios sociales, dice Timothy Spahr, director del Observatorio Astrofísico Smithsonian del Centro de Planetas Menores en Cambridge, Massachusetts.

“Calcular las trayectorias de los meteoros no es un trabajo físico fácil mediante ningún método”, dice. “Estoy sorprendido de cómo los videos de muy buena calidad de YouTube han permitido hacer ciencia hermosa”.

Fuente: Nature