He buscado más información sobre este asunto y he encontrado el fabuloso trabajo de Fernando Alonso Romero titulado "El folklore gallego sobre la viga de oro: su origen y significado" que es un "Estudio de la leyenda gallega sobre la existencia de dos vigas subterráneas: una de oro y la otra de
azufre o de veneno. El autor opina que estas vigas pertenecen al mito del eje del mundo y se pueden
comparar con el árbol simbólico que une los tres mundos: el subterráneo, la tierra y el cielo".
Fernando Alonso Romero afirma que "tanto los orígenes de las creencias sobre la viga de oro o trabe de ouro como se llama en Galicia podría datarse con total seguridad al menos desde la llegada del pueblo germánico de los suevos a Galicia.
El arqueólogo Antonio Blanco Freijeiro, en el que decía textualmente: la leyenda que habla de dos trabes o vigas enterradas, la una de oro y la otra de azufre, carbón o asfalto, nos pone sobre una pista aceptable por cuanto en estas últimas sustancias tenemos ya nítidas alusiones al Infierno y al eventual fin del mundo que esas vigas sostienen. Las dos vigas, como sugiere Isidoro Millán, pueden tener relación con el mitologema céltico de las dos columnas que soportan el cielo (Blanco Freijeiro, A.1975, 4). Luis Monteagudo García en un magnífico estudio sobre la religiosidad callaica, publicado en 1996, volvió a plantear la posibilidad de que la «viga de oro» sea un eco del eje central que une las tres regiones: Cielo, Tierra, Infierno, pasando por una abertura o agujero, que a los hombres sirve para transmitir sus ofrendas (Monteagudo García, L. 1996, 61).
La mención de algunas de las creencias que se conservan sobre la viga de oro o trabe, como se dice en gallego, que viene del latín trabs, abis = viga, árbol elevado, techo de una casa, obelisco. Ya en este significado vemos la primera pista para seguir la línea sugerida por Isidoro Millán. La mayor parte de los relatos sitúan las vigas en relación con algún castro o castelo (Taboada Chivite, 1980, 193-194). En casi todos los sitios se habla de dos trabes, una de oro y otra de alquitrán, que a veces van de castro a castro, o de un monumento a otro, atraviesan caminos, ríos…Puede haber solamente una «trabe de ouro» pero si hay dos hay que tener mucho cuidado pues si se coge la de alquitrán, explota con grandes llamas que queman todo, incluso una comarca entera en siete leguas a la redonda o siete parroquias. Esta «trabe» de alquitrán también puede ser de veneno o de peste… El significado de este mito podría ser una defensa que idearon los encantadores de tesoros para librarse de los profanos o una alusión al riesgo que corre todo el que emprende una operación mágica. (Risco, V. 1950, 409; 1979, I, 329-330).
En algunos casos los relatos sobre esas vigas se conservan en coplas o fórmulas rimadas, como la siguiente:
Dende o Couto de Louredo
á fonte de Berbentelo,
hai unha trabe de ouro
e outra de veneno. (Mugares, Toén. Ourense). (Risco, V. 1979, I, 327).
González Reboredo, uno de los autores actuales que más se han ocupado de la recopilación de leyendas gallegas, cuenta que en el castro de Morgadán (Carballedo, Lugo) hay "tres trabes, una de oro, otra de plata y otra de alquitrán, que está en el medio de las dos. Al que le toque ésta última morirá abrasado." (1971,70). Comenta este investigador que en estos relatos generalmente hay sólo dos vigas: una de oro y otra de alquitrán. De manera que el que encuentre la de oro se hará rico, mientras que el que tenga la desgracia de encontrar la otra:" se no muere abrasado por su fuego, será para siempre desgraciado y llevará la desgracia a sus parientes y allegados (González Reboredo, 1971, 79). El comentario que hace este autor se limitar a señalar que los tesoros están, la mayoría de las veces,, rodeados de múltiples protectores y de incontables simulación que provocan el fracaso en su conquista (González Reboredo, X.M. 1983, 19). Un análisis más profundo lo realizó Taboada Chivite, algunos años antes, al mencionar que en el castro de Morgadán la viga de oro la guarda una serpiente; lo que, en su opinión, recuerda el tesoro del rey Nifling, en los Nibelungos, custodiado por el dragón Fafnir, y aún otras leyendas anteriores de la mitología germánica (1980, 194). En las leyendas de Islandia y Escandinavia hay numerosos ejemplos de tesoros guardados por dragones y amenazas de fuego (Magnusson, M. 2004, 198). Recordemos esta observación puesto que más adelante veremos el componente germánico que puede tener la creencia sobre la viga de oro. En el folklore británico hay varios ejemplos de túneles o pasadizos subterráneos que recorren varios kilómetros y que incluso pasan por debajo de algún río o comunican una parroquia con otra. Nadie ha podido jamás apoderarse de esos tesoros pues todos están guardados por serpientes monstruosas o por algún animal fantástico (Bord, J. and C. 1976, 24 y ss. Westwood, J. 1987, 495). Sin embargo, en el folklore de esos países no hay ningún testimonio sobre la viga de oro.
La explotación masiva de los yacimiento de oro que realizaron los romanos en el Noroeste de España estuvo relacionada también con los castros; de ahí las versiones legendarias que quedaron sobre esa actividad, además de los pozos verticales y de galerías horizontales en las que introducían agua para desmoronar la tierra con el fin de lavar y decantar el oro. Pero nunca utilizaron compuestos químicos para la decantación del oro pues no se conocieron hasta el siglo XIX (Gómez-Tabanera, J. M. 2002, 399-404). Según la opinión del geólogo Nespereira Iglesias, las leyendas de la viga de oro poseen un fondo de verdad que se basa en que en muchas minas suele haber otros minerales como la arsenopirita, que es un compuesto mineral de azufre, hierro y arsénico y como impurezas presenta habitualmente oro y plata. Es evidente la toxicidad, veneno de arsénico, de ahí que se hable de trabes de veneno o de grandes peligros relacionados con ellas. Con respecto al alquitrán o al fuego que desprende se debe la hecho de que este mineral aurífero-arsenical al ser golpeado con el acero o con una roca muy silicia desprende numerosas chispas.
Por otro lado, el tema de la necesidad de desencantar a la serpiente o al guardián mítico del tesoro aurífero recurriendo a un experto o a un tratamiento técnico, es debido a que los yacimientos de arsenopirita aurífera no son fáciles de reconocer, puesto que son de color gris que en nada se parece al oro (Nespereira Iglesias, J. 1980, 213- 214). Sin embargo, como bien dice ese autor, esta interpretación no sirve para explicar todos los componentes de la leyenda (pág. 215). En mi opinión, el considerar como viga de oro a las pequeñas partículas auríferas que puede haber en un yacimiento de arsenopirita, que no son fáciles de reconocer, así como las chispitas que produce el cuarzo al ser golpeado y que son totalmente innocuas; pero, sobre todo, otros aspectos que veremos en este estudio.
La gran mayoría de las leyendas sobre la viga de oro se encuentran en la zona norte de Galicia, algunos testimonios en la provincia de Pontevedra y, que sepamos, ninguno en Portugal. En Asturias tampoco encontramos leyendas sobre la viga de oro. Lo más parecido a ella es lo que los asturianos llaman grade de oro, o lo que es lo mismo: una grada; nombre con el que en Galicia se conoce también al armazón de vigas sobre el que se sustenta el hórreo; cuyas leyendas se parecen también a las asturianas. En Asturias la grade de oro se puede encontrar en el fondo de una cueva, de un pozo o de un río. Y en algunas versiones se dice que la grade de oro sale en la noche de San Juan. Aunque es más frecuente hablar de arcas de oro y arcas de veneno, que se encuentran siempre juntas. Si se abre la del oro todos se hacen ricos, pero se morirán si abren la del veneno.
La relación de la viga de oro con la noche de San Juan se menciona también en la leyenda de San Xoan da Coba (Ponte Ulla). Se dice que esa noche aparece una viga de oro de la que cuelga una campana, que toca sola a maitines y que a su son se levanta un monje sobre esa viga de oro, que está enterrada bajo los cimientos de un antiguo monasterio, del cual apenas quedan restos (Reimóndez Portela, M. 1990, 106). Es importante señalar la coincidencia de la fecha de la noche de San Juan con el solsticio de verano. Sin duda, el mito de la viga de oro tiene también un componente cronológico que convendrá analizar más adelante. Son frecuentes los relatos de vigas de oro que van de castro a castro; como la del castro del monte Neme que llega hasta el lugar de Rodo (San Breixo de Oza, Carballo. A Coruña), situado a un km. al N. aproximadamente. Suelen ser los mouros los que guardan estas vigas, junto a las cuales hay también otra de alquitrán o de azufre. En algunos casos se dice que por encima de esas vigas de oro solían pasar los carros (Rodríguez Casal, A. 1975, 56, 42, 94 y ss.). En el castro Valente, en San Miguel de Barcala (A Estrada) decían que había una viga de oro debajo de un camino sobre el que pasaban los carros; y que sus ruedas al ir gastando las piedras de las rodaderas llegarían hasta ella (Reimóndez Portela, M. 1990, 77). La viga también podrá ser descubierta algún día por la reja de un arado o por la pata de una cabra (Cuba, X. R. et al. 1999, 251); creencia ésta muy antigua pues ya Justino, el historiador latino del siglo III d. C., decía que Gallaecia era tan rica en oro que el arado arrancaba frecuentemente terrones de oro (Santos Yanguas, N. 2006, 237). .
En algunas de las descripciones de la viga de oro ésta pasa por debajo de un camino, aunque lo más frecuente es su relación con un monte o un castro. Los montes en los que antiguamente se rendía culto a las divinidades celestiales, en muchos de los cuales se levantan santuarios cristianos al igual que en determinadas fuentes y corrientes de agua, han servido de límites para señalizar territorios entre castros; límites que posteriormente repetirían también las demarcaciones territoriales, que en otros tiempos eran propiedad de diferentes tribus (García Fernández-Albalat, B. 1999, 41). Rosa Brañas señala en su obra «Deuses, heroes e lugares sagrados» la posibilidad de que en Galicia existiera un culto onfálico puesto que los topónimos galaico-lusitanos: Carneo y Crougea se pueden considerar como piedras capitales o sagradas (2000, 71 y ss). En Galicia el culto indígena prerromano que se realizaba en los montes se transformó con la llegada de los romanos en un culto a Júpiter, sobre todo a partir del siglo II (Penas Truque, Mª A. 1986, 139-140). García Fernández-Albalat añade que el territorio se configura tomando como punto de referencia al espacio sagrado y, a partir de él, se reordena toda la vida económica y social de la población. Según esa autora, la piedra situada bajo la basa de una de las columnas del santuario de Santa. María de Aguas Santas era una «piedra onfálica», un centro primordial que representaba el punto central de confluencia entre las fuerzas de la tierra y del universo, es decir, un ómphalos o santuario central (1999, 55)
La delimitación del espacio sagrado se observa claramente en la versión más antigua de la viga de oro que conocemos. Se trata de la creencia que recogió el escritor George Borrow a principios del siglo XIX con ocasión de su viaje desde Padrón a Finisterre. Al llegar al pueblo de Os Ánxeles (Brión. A Coruña) dicho autor le preguntó a su guía el nombre del pueblo en el que se encontraban, a lo cual respondió éste: se llama los Ángeles porque su iglesia la construyeron los ángeles hace ya mucho tiempo. Debajo colocaron una viga de oro que bajaron del cielo y que antes era una viga de la propia casa de Dios. Va por debajo del suelo desde aquí hasta la catedral de Compostela (Borrow, G. 1905, 29; 415). Ahora bien, el nombre antiguo de Santa María dos Ánxeles era Santa María de Perros, pero a finales del siglo XVI el arzobispo de Santiago de Compostela, don Francisco Blanco de Salcedo (1574-1581) le mudó el nombre y la mandó llamar Santa María de los Ángeles, aunque su iglesia primitiva se construyó en el siglo XII (González Pérez, C. 1998, 223, 247). ¿A qué se debió este cambio? Lo más probable es que esa leyenda la conociera dicho arzobispo y la utilizara para reforzar la cristianización de ese lugar, que estaba identificado con un topónimo inadecuado; pues parece evidente que la referencia a Dios y a los ángeles constructores es un añadido a la versión tradicional que conocemos de la leyenda de la viga de oro.
En la versión que recogió Borrow en Os Ánxeles, el lugar está santificado por el simple hecho de tener en su subsuelo una viga de «la casa de Dios»; así se valoriza el espacio cristianizado utilizando para ello una creencia conocida también en otros lugares pero en cuyas versiones no se menciona a ninguna divinidad. También es importante resaltar que en esta versión solamente hay una viga, la de oro; lo cual nos permite sospechar que esta creencia de los Ánxeles posee también una significación cósmica, puesto que esa viga va desde ese pueblo hasta la catedral de Santiago de Compostela, cuyas torres se pueden ver desde la iglesia actual de Os Ánxeles si nos situamos en la puerta del cementerio, exactamente detrás del ábside y mirando hacia el Este. La mención de la catedral es evidentemente una cristianización de la versión original, porque lo que se oculta con ella es la dirección oeste-este que sigue dicha viga, que va por debajo del suelo desde la iglesia de los Ánxeles hasta la catedral de Santiago. Por lo tanto, según esa creencia, la viga está orientada hacia el lugar por donde en los Ánxeles se ve salir al Sol en una fecha cercana al equinoccio, puesto que la mayoría de las iglesias poseen una orientación equinoccial. Aunque en este caso la viga no apunta exactamente hacia el equinoccio debido a que la longitud de la Ánxeles no se corresponde con la de Santiago. A pesar de que hay muy pocos grados de diferencia, esto no anula las connotaciones cosmológicas que tenían nuestros antepasados galaicos del espacio territorial circundante. Los lugares de puesta y salida del Sol marcaban en este caso los límites extremos del territorio sacralizado, del espacio que pertenecía a la tribu que habitaba en ese lugar. Siguiendo esta interpretación podemos comprender la dificultad que entraña conseguir la viga de oro.
Sencillamente porque ésta es un rayo de Sol que recorre el mundo subterráneo en el que se introduce este astro todas las noches por el oeste para surgir al amanecer por el este. De ahí que los límites espaciales del territorio de la tribu local se midieran tomando como punto de referencia el castro en el que se habitaba y desde que se observaba el recorrido del Sol. Así, el castro era como un centro cósmico, un centro del mundo de esa tribu y del territorio que se podía abarcar desde él. Al mismo tiempo, el mundo subterráneo de ese territorio era también propiedad de la tribu porque también por el se desplazaba el Sol para penetrar en su morada inferior, en ese mundo en el que tantas culturas sitúan su mundo de los muertos. De ahí que tanto el espacio geográfico en el que respiraba la tribu, como el situado en el interior de la tierra estuvieran ambos dotados de una sacralidad que va más allá del ámbito de la tribu; sobre todo el mundo subterráneo al que va el Sol todos los días para habitar en su «palacio de oro» con vigas de oro, porque sus rayos se transforman en ese metal al penetrar bajo tierra. Es esta una visión mítica del simbolismo que posiblemente podría tener la viga de oro. Esta hipótesis se refuerza si la comparamos con la creencia de los beréberes sobre el Sol. Para los cuales las vetas de oro que aparecen en las minas son rayos hijos del Sol, que quedaron aprisionados en el interior de la Tierra por desobedecer a su padre al pretender calentar la Tierra durante más tiempo del debido; por ello el Sol los condenó con su contundente sentencia: Quedáis, desde hoy, excluidos para siempre de mi casa. Viviréis en la Tierra misma, más no en su faz externa, sino en su vientre (Topper, V. 2003, 44). Nuestra hipótesis se completa también con la creencia vasca según la cual el Sol luce durante la noche debajo de la Tierra (Barandiarán, J. M. 1997, 27), por eso en Azoleta (Valcarlos) se le dirigía al Sol la siguiente plegaria: Santo Sol, danos la luz de vida y de muerte (Satrústegui, J. M. 1980, 55). Sin embargo, para estar seguros de que la leyenda de la viga de oro posea un componente astronómico, necesitaríamos comprobar su orientación en todas sus versiones legendarias, cosa que no hemos hecho, y verificar si sus extremos señalan algún punto determinado del horizonte en relación con alguna fecha significativa del orto u ocaso solar.
La asimilación de la viga de oro con la casa de Dios resulta ser también, como opina Eliade al hablar el árbol cósmico, del pilar del mundo, o del poste de la casa: que simboliza la unión del cielo con la tierra, una unión relativamente fácil en las sociedades arcaicas, porque el deseo principal es situar de un modo permanente al hombre en un espacio sagrado, en el «centro del mundo» (1974, II, 166). Sobre culto al pilar, a la columna o al betilo, característico de los cultos semitas y también micénicos,
EL COMPONENTE INICIÁTICO Algunos autores defienden la posibilidad de que la viga de oro posea algún tipo de relación con algún rito iniciático. Veíamos al comienzo de este estudio que Risco opina 117 Anuario Brigantino 2009, nº 32 EL FOLKLORE GALLEGO SOBRE LA VIGA DE ORO: SU ORIGEN Y SIGNIFICADO que puede haber una alusión al riesgo que corre todo el que emprende una operación mágica. Probablemente una acción que deberá realizar el que quiera obtener una recompensa al valor, pues las virtudes de dicha recompensa, o los daños del fracaso en caso de no poder conseguir el tesoro soñado, se extienden también al pueblo al que pertenece (Callejo, J. y Canales, L. 1995, 162). El que desee apoderarse del fabuloso tesoro sabe que tendrá que correr un gran riesgo. La viga es difícil de conseguir porque se encuentra bajo tierra; en un lugar en el que el hombre que logre acercarse a ella deberá ser muy precavido puesto que a su lado la protegen una o dos vigas mortíferas: una de veneno y otra de azufre; el contacto con cualquiera de las dos acarrea la muerte. Es como si esa viga de oro estuviera defendida por monstruos, por uno o dos animales fabulosos dispuestos a acabar con la vida del héroe que intente conseguirla. La viga es así, al igual que el árbol cósmico o la columna central que sostiene el mundo, una imagen mítica que se sitúa, como dice Eliade en regiones inaccesibles guardadas por monstruos; en un lugar sacralizado. Al árbol cósmico no se puede llegar con facilidad ni salir victorioso del enfrentamiento con la bestia que lo protege. Solamente los héroes pueden hacerlo y dar muerte a ese monstruo que defiende al árbol o a la hiedra de inmortalidad, a las manzanas de oro, al vellocino de oro, etc. Añade Eliade que el hecho de llegar hasta ellos equivale a una iniciación, a una conquista (1974, II, 163). Son muy numerosos los mitos y las leyendas que narran los obstáculos con los que se encuentran los héroes cuando intentan penetrar en un ámbito prohibido que, según Eliade, simboliza siempre un terreno trascendente: el cielo o el infierno. De ahí derivan las leyendas y creencias en tesoros: de su vinculación con algún símbolo de la inmortalidad ubicado en un espacio sagrado(1974, II, 215, 231). Hay también en la búsqueda iniciática un componente masculino, pues es siempre el hombre el que se arriesga a buscar el tesoro en las entrañas de la Madre Tierra, aunque Ortiz-Osés ve en ello también un proceso de transformación, de relación con la muerte al penetrar bajo tierra y de resurrección con la vuelta a la superficie. Proceso que interpreta como una aceptación de la feminidad masculina (1980, 127).
EL COMPONENTE ONFÁLICO: EL ÁRBOL COMO PILAR DEL MUNDO Veíamos anteriormente la posibilidad de que en Galicia hubiera existido, según Rosa Brañas y García Fernández-Albalat, un culto onfálico. En el mundo céltico los santuarios solían estar al aire libre; podía ser la cima de una montaña, un claro en el bosque y principalmente un árbol sagrado. Según Tácito la tribu de los semnones, que pertenecía a una de las familias más antiguas de los suevos, sentía un profundo temor y respeto por un bosque sagrado en el que se realizaban sacrificios humanos en honor de la divinidad que allí moraba («Germania», 39). Los celtas galos creían en la existencia de una columna que soportaba la bóveda celestial y en la posibilidad de que ésta se derrumbara sobre sus cabezas (Pausanias, X, 23; Justino, XXIV, 8; Diodoro, XXII. (Sopeña, G. 1987, 55. Marco Simón, F. 1986, 67).
El árbol del mundo de la mitología nórdica era Yggdrasil, es decir, un fresno. Las raíces del árbol cósmico Yggdrasil, según el poema «Grimnismál», se introducen en tres mundos diferentes: el Infierno bajo una, el país de los gigantes bajo otra y el mundo de los hombres bajo la tercera. Con ello se da a entender la proximidad de estos tres mundos mientras que el de los dioses está en el cielo (Davidson, H. R. 1988, 171). En el «Edda» de Snorre (cap.15) las ramas de ese árbol se extienden por todo el mundo y su copa llega al cielo (Hagen, S. N. 1903, 57-58). En el caldero de Gundestrup se representa el paso de una vida a otra por medio de la regeneración que se consigue con el caldero mágico, pero los dos planos en los que se representa una comitiva de guerreros están separados por un árbol de tres raíces en posición horizontal, que separa la zona superior de la inferior. Se trata, por ello, del árbol que separa la vida de la muerte (Sopeña Genzor, G. 1995, 230). En el yacimiento céltico de Manching se encontraron los restos de un árbol cultural, de 70 centímetros de altura, recubierto con una fina plancha de oro al igual que sus frutos, que parecen ser bayas. Según Fernández Nieto, este árbol tiene que ver con el culto que los celtas rendían al árbol como sede de la sabiduría celestial y como centro de reunión. Una de sus antiguas representaciones aparece en el caldero de Gundestrup. Restos de esas antiguas prácticas perviven en el árbol de Mayo (Fernández Nieto, F. J. 1999, 195-196). También Maier señala su origen céltico y su relación con el culto que se rendía a determinados árboles como la encina, el laurel, el mirto y el olivo. A su procedencia céltica nos llevan igualmente los motivos decorativos con forma de triskel descubiertos junto al árbol (Maier, F. 1991, 241-149). El árbol sagrado englobaba sábado de junio) los vecinos de San Millán de la Cogolla (La Rioja) hasta la llamada Cueva del Santo, los mozos solteros cortaban una encina o un roble y lo transportaban para levantarlo en medio de un prado. A continuación se subía a una de sus ramas un vecino casado, que debía ser el más anciano, y pronunciaba un sermón moral mientras todos los romeros lo escuchaban sentados en el prado alrededor del árbol (Calavia Sáez, O. 2002, 57).
En Galicia lo más interesante es comprobar que también aquí, además de las tradicionales celebraciones populares en torno a determinados árboles, se rindió culto al árbol Yggdrasil, probablemente debido a los suevos que ocuparon preferentemente el extremo del noroeste de España. Como testimonio de esta posibilidad existe un documento en el que aparece el árbol Yggdrasil. Es del año 1120, y se conserva en el Tumbo del monasterio de San Salvador de Pedroso. Dice que el Rey Alfonso VII y su madre la Reina Doña Urraca, ponen «coto» al monasterio de San Salvador de Pedroso:…inde subit per Iuviam (río Juvia)…ad fontem Boy (hoy Aboy)…portum de Linares (Doso, Narón)…per Gavam, et inde ad quercum Edratil, et revertitur ad aquam Iuvie.(Cal Pardo, E. 1984, 237).