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Imagen de una kakure kirishitan |
España / Cultura – Se conoce como el Siglo Cristiano de Japón el tiempo que va desde 1549, en que llegó San Francisco Javier a aquellas islas, hasta 1614, en que el gobierno de Tokugawa desató la persecución contra los cristianos. Cuentan los documentos de aquel siglo que el número de japoneses que abrazó el cristianismo fue muy grande, casi 300.000. Sin embargo, por razones políticas decidió el gobierno de Japón cerrar el país a toda influencia extranjera, que era lo mismo que desterrar el cristianismo y todo lo relacionado con él: fueron expulsados los misioneros extranjeros, y los nativos que se confesaban cristianos eran martirizados. Parece que el número de mártires fue de muchos miles. Esta situación permaneció hasta 1863, en que Japón volvió a abrirse a las influencias de fuera, y los misioneros cristianos fueron admitidos de nuevo.
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Esta imagen budista esconde la figura
de la Virgen María |
Pero cuando fueron expulsados los cristianos de Japón, hubo un buen número de ellos que se escondió en los montes, junto con algunos de sus misioneros. La persecución arreciaba, y algunos de los misioneros extranjeros fueron descubiertos y martirizados junto con muchos japoneses. Cuando eran cogidos presos algunos de los que se dudaba que podían ser católicos, eran sometidos a la prueba del fumi-e: se les hacía pisar una placa con la imagen de Cristo o de la Virgen y, si no lo hacían, eran martirizados; si lo hacían, se consideraba que habían apostatado de su fe. Otros lograron escapar de los perseguidores y permanecer escondidos en la espesa naturaleza de los montes japoneses.
Así comenzó a existir la Iglesia oculta de Japón, que durante dos siglos y medio, de generación en generación, iba a permanecer fiel a su fe en Cristo. Los padres bautizaban a sus hijos y los educaban en la fe, enseñándoles la doctrina cristiana y las oraciones, sin sacerdotes que les administraran los sacramentos, y con una transmisión oral de la Biblia… Éste fue uno de los mayores milagros morales en la historia de la Iglesia universal, en que la fidelidad a la fe fue posible gracias a la fuerza del Espíritu, que se mantenía sin desfallecer en aquellos millares de japoneses. Los padres daban a los hijos unas señales para que no se equivocasen, cuando volvieran a Japón los misioneros de la verdadera religión… Y así, de generación en generación.
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Cruz Kakure Kirishitan |
En 1863 volvieron a Japón unos sacerdotes de las Misiones Extranjeras de París, y dos años después habían construido ya, en Nagasaki, la Catedral de Oura, donde empezaron a celebrar el culto católico. Un día se extrañó el misionero al ver que entraban en aquella Iglesia un grupo de japoneses de aspecto campesino. Les saludó, y les preguntó de dónde venían. Ellos le dijeron que querían saber si él había sido enviado por el Papa de Roma. El misionero les aseguró que así era. A lo largo de la conversación, aquellos japoneses le preguntaron si podía presentarles a su esposa. El misionero les dijo que era sacerdote católico, y que ellos no se casaban. Siguieron hablando, y finalmente preguntaron al misionero si él veneraba a la Virgen María. Enseguida los llevó al altar en que se encontraba una imagen de la Virgen con el Niño, y delante de ella, los japoneses le dijeron: Nosotros tenemos la misma fe que usted y venimos de los montes en donde hemos permanecido durante generaciones guardando la fe recibida de nuestros antepasados… Ellos nos dejaron estas tres señales para descubrir si los misioneros que vinieran eran católicos o no… Desde entonces, esa imagen de Nuestra Señora, que se conserva en la Catedral de Oura, se llama La Virgen del Descubrimiento.
Aquellos japoneses volvieron a los suyos y les comunicaron la buena nueva. La mayoría fueron volviendo a la Iglesia católica y se presentaban al misionero como hermanos de una misma fe. Sólo hubo un pequeño grupo de los cristianos ocultos que no quisieron reconocer al misionero que había llegado a Japón, y permanecieron escondidos. Todavía permanecen algunos en las pequeñas islas del sur de Japón, y se les conoce con el nombre de Kakure Kirishitan, cristianos ocultos, pero van desapareciendo poco a poco.
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Este rito simula la eucaristia, donde un sacerdote
Kature Kirishitan toma una bola de arroz en la mano. |
Este milagro moral de la fidelidad a la fe de la Iglesia en Japón es uno de los más impresionantes de toda la historia. Sin sacerdotes, sin sacramentos, de generación en generación, aquellos japoneses cristianos se mantuvieron durante más de dos siglos y medio fieles a la fe transmitida por sus antepasados. Mucha sangre de mártires había costado aquella fidelidad, que floreció a mediados del siglo XIX.
Fernando García Gutiérrez, S.J. Publicado en la revista Jesuitas de España.