sábado, 24 de octubre de 2015

Así funciona la ilustre degeneración española: "Hay un montón de gente que conviene eliminar..."

Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura (Luisa Isabel María del Carmen Cristina Rosalía Joaquina, conocida simplemente como Isabel en su círculo íntimo) (Estoril, Portugal, 21 de agosto de 1936 - Sanlúcar de Barrameda, España, 7 de marzo de 2008), es una historiadora y escritora española, a parte de una figura aristocrata de gran importancia, siendo XXI Duquesa de Medina-Sidonia, XVII Marquesa de Villafranca del Bierzo, XVIII Marquesa de los Vélez, XXV Condesa de Niebla, tres veces Grande de España. Fue regularmente conocida como La Duquesa Roja.

Luisa Isabel Álvarez de Toledo fue jefa de la Casa de Medina-Sidonia, que ostenta el primer ducado hereditario que se concedió en la Corona de Castilla, en 1445, y de otras casas nobiliarias, como la de Villafranca del Bierzo y la de los Vélez. Su residencia principal era el Palacio de Medina-Sidonia, situado en Sanlúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz, que alberga uno de los archivos privados más importante de Europa.

Sus ideales republicanos y su oposición al franquismo hicieron de ella una noble atípica, lo que le valió del sobrenombre de "la duquesa roja". Como escritora, publicó varias novelas y como historiadora su obra fue bastante polémica y controvertida. Dedicó gran parte de su vida a la conservación y catalogación del Archivo de la Casa de Medina-Sidonia, así como a la creación de la Fundación Casa Medina-Sidonia.

- Hay un montón de gente que conviene eliminar. Socialmente, ¡se entiende! Porque dicen lo que no deben o dan mal ejemplo. ¡No a lo grande!. A veces su influencia no pasa de una calle, de un bar o de un centro con cuatro gatos. Nosotros los descubrimos. Nos enteramos de sus costumbres, medimos su peligrosidad y si valen la pena, hacemos su retrato interior. Podríamos eliminarlos físicamente. Y quitarnos el engorro de encima. Pero estos accidentes, salvo si el tipo es un cabeza loca, son sospechosos y terminan por saberse. Así que nos tomamos el trabajo de eliminarlos  psicológicamente. ¡No creas que es tan fácil!. Hay que estudiarlos, saber que les gusta y donde les duele. Romper su equilibrio es lo importante. Un tipo desequilibrado hace y dice tantas tonterías, que se desprestigia en horas. La policía nos manda la ficha. Pero no sirve. Son incompletas, cuando no equivocadas. Así que tengo un montón de gente controlándolos. Cuanto más cerca, ¡mejor!. Amigos, empleados, parientes. Hay hijos que vigilan a los padres; maridos a mujeres. Me importa lo que dicen, no lo que hacen. Lo malo es que a veces nos informan con los pies. Metes un dato equivocado. ¡Y no aciertas ni para atrás!. La verdad es que los informadores trabajan por dos gordas. Y hasta por pura vanidad y de gratis. De los peces gordos nos ocupamos nosotros. Algunos  se quedan hechos unos zorros a la primera. Pero otros, ¡no hay quien los rompa!. Tengo casos que los hemos arruinado, destrozado la familia, metido en procesos de todos los colores, dejado sin trabajo y hasta ridiculizado. ¡Y ahí siguen incordiando!. Pero los más acaban donde quiero. Como la gente les rehuye, porque les hemos hecho la cama, se hacen huraños y solitarios. A los débiles le va peor. Terminan en la droga o el manicomio. ¡Pero no creas que sólo hago el mal!. No sabes la cantidad de cretinos que me deben la carrera, porque les hice pasar por lumbreras, ¡en lo que sea!. Confieso que el trabajo me gusta. Fabricar destinos, sin que el sujeto tenga arte ni parte, te hace sentirte un poco como Dios.

- No pagas, pero por lo que veo, ¡cobras!.

- ¡De puta madre! Claro que me pagan mejor otras cosas.

- ¿Qué cosas? Ernesto sonrió malicioso. Explotaba el misterio, porque le favorecía.

- No son para dichas. Casilda rumiaba.

- Lo que no entiendo es la utilidad de hacer la vida imposible a tipos sin importancia.

Ernesto la miró asombrado.

- Dicen lo que no deben y hacen pensar a los demás. ¿Te parece poco?.

- ¿Pero en qué?.

- Es peligroso todo el que descubre contradicciones. Y lo larga. De lo que dice con la realidad. Y de lo que es, con lo que debiera ser. Si lo hace a lo loco, no importa. Pero el que argumenta, ¡se jodió!. Hay que salvar al sistema. Pero sobre todo, ¡a la institución!.

Ocupado igualmente en adornar la imagen de la monarquía, tanto en su pasado como en el presente, Luis pensó que Ernesto podría serle útil...


Fuente: http://www.papelesdesociedad.info/IMG/pdf/la-ilustre-degeneracion.pdf