jueves, 8 de diciembre de 2016

La represión borbónica posterior al 1714 no tuvo precedentes en brutalidad



Una guerra casi mundial

El 11 de septiembre de 1714 cae Barcelona. Valencia ya hace años que fue tomada por el rey absolutista Felipe V de Castilla. En 1715 caerá también Mallorca y la totalidad de la Corona pasará a manos borbónicas. Cañones, fusiles, miquelets, regimientos, caballería. Balas, muerte, represión, barbarie, sufrimiento. Han sido años de guerra, miles de muertos han sembrado durante años los campos de batalla de la Guerra de Sucesión. Ahora, con la victoria lograda, el bando absolutista ejercerá el Derecho de Conquista para convertir los territorios del Principado de Catalunya, el Reino de Valencia, el Reino de Mallorca y el Reino de Aragón en unas regiones más del Reino de Castilla. El tristemente famoso Decreto de Nueva Planta inicia la veda. Se decreta la noche total en el país. Se decreta la muerte de por vida. Ha llegado la oscuridad.

La Guerra de Sucesión enfrentó Europa a principios del siglo XVIII

Una represión salvaje

Inmediatamente después a la capitulación de la ciudad condal, se inicia la represión felipista el Principado. Será una represión de una crueldad y una virulencia que indignará Europa. A partir del 13 de septiembre, dos días después de la caída de la capital, cerca de diez mil soldados serán alojados en una ciudad que sólo contaba con alrededor de cuarenta mil habitantes. Permanecerán durante décadas. En las murallas, se dispondrán nuevas baterías apuntando hacia la ciudad. Se trata de una ocupación militar en toda regla. En Girona, los soldados alojados representan el 62,5% de la población. En Tarragona, el 35,9%. En Lleida, el 34,6%. Los actuales Países Catalanes, bajo una administración totalmente militar, deben ver como los mismos soldados que han asesinado, violado y saqueado todo el territorio de la nación son acogidos forzosamente en casas de los propios catalanes, incluidas las viudas de los militares austracistas. La imposición es de una crueldad extrema. los catalanes ofrecieron construir cuarteles para alojar los soldados, pagándoselas de su propio bolsillo para dejar de soportar la miserable carga de mantener los ejércitos extranjeros. No será hasta el año 1728 que el rey permitirá que las viudas estén exentas de acoger las fuerzas castellanas en sus domicilios. Los ocupantes destruirán incluso torres y edificios de la Catalunya medieval para evitar cualquier resistencia. Los Borbones desgarraron los vencidos con cinismo y violencia.

La represión llegó incluso a las jurisdicciones, en las fronteras del territorio. El monarca absolutista quiso incorporar las tierras de Tortosa y Lleida al Reino de Aragón para desmembrar el Principado de Catalunya. A partir de la derrota, los catalanes seremos gobernados por políticos, gobernadores y virreyes elegidos a dedo desde tierras castellanas, destinados a perseverar en la destrucción de nuestro pueblo y la asimilación total de este a los usos y costumbres castellanas, como ya soñaba en 1641 el Conde Duque de Olivares. Económicamente se obligó a los catalanes a pagar cargas de guerra y se implantó el catastro para que Catalunya contribuyese a las arcas del monarca conquistador. Fue, sin duda, un intento de ahogar económicamente el país. Desde la derrota, los funcionarios, como parte de la administración vencedora, serán nombrados desde Madrid.

El Conde Duque (1587-1645) y el rey (1683-1746), ambos boca abajo
La represión llegó incluso a los árboles, pues el rey tenía el derecho a expropiar todos los árboles del Principado a un precio ínfimo. Volvía el poder absoluto y el derecho divino, abolido siglos atrás por las leyes, costumbres, instituciones y constituciones de nuestro país. Mientras tanto, hasta cuatro mil personas fueron ejecutadas como represalia. Algunos de los presos eran incluso desterrados a lugares remotos de la geografía de la península durante décadas para borrar su recuerdo e imposibilitar cualquier tipo de contacto con sus familiares, amigos o compañeros.

En aquellos tiempos, los catalanes solíamos tener armas en el domicilio, pues así lo permitía y contemplaba la Constitución vigente, la de 1705. A raíz de la derrota, todo catalán que contara con armas podía ser acusado de haber luchado contra el bando borbónico y ser, por tanto, reprimido en consecuencia. Las Casas fueron quemadas, familias asesinadas y mujeres violadas por las fuerzas de ocupación. Muchas villas y ciudades fueron totalmente arrasadas como venganza por nuestra resistencia. Xàtiva, en el Reino de Valencia, fue quemada hasta los cimientos. Algunos de los conquistadores suspiraban por repetir la miserable acción en la ciudad de Barcelona. La presunción de inocencia y la piedad no son vigentes cuando el rey gobierna por la gracia de Dios.


La Ciudadela, fortaleza de dominación

[...] Las raices es menester sacarlas de lo más íntimo de la tierra, estas raíces de donde han nacido, siempre es de Barcelona, pues tierra que produce tan malas consecuencias hacerla cenizas. El 1 de marzo de 1716 se puso la primera piedra de la siniestra Ciudadela, una fortificación militar no construida para defender la ciudad, sino para reprimir cualquier intento de sublevación por parte de la población. Esta funesta edificación tiene el lamentable honor de ser la más grande ciudadela de la Europa de entonces. El proyecto será finalizado en 1725 y dominará la ciudad, convirtiéndose en un símbolo de odio y dominación hasta 1868 en el que será aprobado el derribo. En ese año, casi después de 150 años de amenaza constante, los propios ciudadanos irán con picos y palas para lograr su desaparición. Memorable e inspirador resulta recordar que de aquella obra de destrucción los catalanes hemos construido un parque, y del arsenal de aquel monstruo de piedra y hierro hemos hecho nuestro Parlamento.

La Ciudadela hizo de Barcelona un presidio. El edificio del Parlamento nos lo recuerda.

La ancha Castilla se disfrazó de España

Cada uno de los capítulos que forman el Decreto de Nueva Planta abolen todo lo que hasta entonces había sido el gobierno, las instituciones, el patrimonio jurídico y administrativo de la nación catalana. El objetivo era aniquilar material y espiritualmente un pueblo. La representación política y social de las Cortes, la Generalitat, el Consejo de Ciento, el Gran y General Consejo desaparecerán totalmente. Debemos tener muy presente la involución total y el atraso de décadas que comportó la victoria felipista; deberían pasar muchas décadas, más de un siglo, para que se pusiera límite al poder absoluto de los monarcas borbónicos. La solidez y la soberanía popular que brindaban las Constituciones Catalanas ya no serían recuperadas nunca más. Con el territorio reprimido y represaliado, una vez pacificados por la fuerza los territorios de la Corona, Castilla, mediante un proceso de nacionalización, intentará emular la centralista Francia creando un Estado Castellano unitario, que disfrazará con el nombre de España.

Los catalanes perdimos una guerra. Pasamos de ser una nación soberana a ser una provincia conquistada por Castilla, una colonia más de su imperio. Lo perdimos todo. Como reza la popular canción: No se enseña en las escuelas como aplastaron un país, porque de aquella siembra continúan cosechando frutos.

Mapa del 1854 de la España incorporada o asimilada.
Datos de la represión extraídas de Represión Borbónica y Resistencia Catalana (1714-1736) de los autores Antonio Muñoz y Josep Catà. ISBN 84-609-5774-8.