Antes de nada, tengo que decir que lo que van a leer la continuación, no es algo de lo que yo me haya enterado por mi cuenta. Este mensaje fue escrito por una supuesta mujer cuyo nick era "Pilar" en un foro llamado http://www.cotilleando.com/ y que aparece publicado aquí en el año 2004, una mujer que asegura disponer de fuentes cercanas a la Casa Real española.
El artículo narra la discusión violenta que tuvo Letizia Ortiz siendo princesa con el Príncipe Felipe. El Príncipe Felipe le había puesto los cuernos a Letizia con otra mujer y Letizia lo descubrió. La situación estaba fuera de control. ¿Y que hizo Felipe? Lo que ha visto hacer a sus papás desde niño: Ordenar a sus guardaespaldas que la inmovilizasen, mientras un psiquiatra inyectaba un psicofármaco a Letizia que la dejó inconsciente durante un tiempo. El por aquel entonces Rey Juan Carlos I ofreció una fuerte suma de dinero (de todos los españoles) a Letizia para que cesase en su empeño de querer ser princesa (y reina) a toda costa, quizá porque sabía que siendo princesa y reina habría más dinero (de todos los españoles) para ella. El relato es para descojonarse de la risa porque parece sacado de una película de Los Hermanos Marx, de Woody Allen o de Martin Scorsese.
Me estoy jugando literalmente el pellejo por venir a relatarlo, pero un capítulo como este no podía quedarse en el tintero, así que después de arduas discusiones hemos decidido arriesgarnos y colgar este post, procurando adoptar todas las precauciones posibles (nos consta que el plan de censura en Internet auspiciado por Felipe y Letizia sigue en marcha contra la voluntad expresa de los Reyes). Deciros que ahora que la boda se echa encima estamos ante todo indignadísimas por la instrumentalización que esta irresponsable pareja está llevando a cabo con las víctimas del 11-M después de la manera tan abyecta y en la que con tanto cinismo y desvergüenza violaron descaradamente el luto nacional a guardar. A un nivel más mundano estamos muy desanimadas al tener conocimiento de sucesos como el que aquí nos remolca y sabiendo que el príncipe está cada día más intratable, más perdido, más apartado de cualquier código moral o ético comúnmente aceptado en sociedad, sea civil o religioso; particularmente preocupante es su actitud para con la Iglesia. No es que Felipe haya sido nunca un verdadero creyente, (o al menos practicante), en el sentido profundo de la palabra, pues ha hecho siempre lo que le ha dado la santa gana, encontrándose por lo habitual en sus devaneos con el beneplácito y la actitud servilmente aquiescente de los que le rodeaban, autoridades eclesiásticas incluidas, pero hasta que se inició este noviazgo tenía un respeto y un saber estar instintivo frente a los exigencias sociales y espirituales propias de su posición, que provenía sin duda de la educación que en este sentido le había proporcionado el ambiente familiar en el que se había criado. Pero ahora muestra una rebeldía sin concesiones, ríe, ironiza y se burla de cualquier cosa, política, cultura, Dios, lo que sea. Incluso blasfema y prorrumpe a tres menos dos en soeces expresiones que nadie antes le había escuchado pronunciar. Por otro lado Letizia continua desquiciada, cada día más afectada por los efectos secundarios de los preparados que le administran para que parezca más voluminosa, como todo arreglo estético artificial este también se delata a si mismo y por ello la vemos con esa figura física tan descompensada, donde un trasero llenito y perceptiblemente flácido y caído contrasta con esos bracillos de alambre y esa cara tan exageradamente hinchada, desafortunada recomposición facial que resulta aun más forzada tras la aplicación del colorete. Sus desordenes alimenticios continúan en fase crítica y su perdida de masa corporal hace ya largo tiempo que rebasó cualquier límite de seguridad; existen además contundentes indicios que parecen indicar que durante las dos últimas semanas ha comenzado a beber de forma compulsiva, práctica en la que no había incurrido hasta el momento, y que resulta particularmente peligrosa para ella teniendo en cuenta el abultado repertorio de sustancias farmacológicas que le suministran a diario. Su distanciamiento tanto de Felipe como del resto de miembros de la Familia Real continua en aumento, y las broncas entre los novios son cada vez más frecuentes, por lo que el humor de ambos es áspero y violento. Como sucedido menor, deciros que el último día que acudió a la preceptiva sesión de pruebas del vestido de novia una modista la pinchó sin querer con un alfiler y a ella se le escapó una fulminante bofetada, la chica se quedó estupefacta y se echó a llorar, pero otra compañera salió en su defensa y se armó la de San Quintín. Finalmente, con una buena suma de por medio para las implicadas la cosa quedó más o menos zanjada, si bien es verdad que por deseo expreso de Letizia ambas modistas han sido relevadas de su destino actual pero sin perjudicarlas, pues a estas alturas no pueden permitirse ningún escándalo. Pero el asunto que ha motivado este mensaje es el que a continuación paso a relataros;
Felipe ha sido infiel a Letizia y ha sido pillado in fraganti. Ha ocurrido hace dos noches. Después de un demasiado tardío y de lo más desafortunado acto institucional (del que ya se han hecho públicos algunos detalles, aunque hubo más), Letizia necesitaba relajarse y quería salir con su madre de compras y Felipe pensó que podría quitársela de encima por unas horas, así que logró convencerla de que fueran ellas dos solas mientras él alegaba quedarse en Palacio charlando con uno de los encargados del parque móvil sobre algunos detalles de la boda. Letizia se fue razonablemente tranquila, pues tiene sobornado a uno de los guardaespaldas de Felipe para que la mantenga informada, lo que no sabe ella es que dicho empleado es fiel al Príncipe y además untado por este con una cantidad mayor para que informe a su favor. Así que en cuanto su novia salió por la puerta Felipe se fue de incógnito a encontrarse con su nuevo lío, que como ya participamos en potencia es una atractiva joven perteneciente a la alta nobleza española y que reside en Madrid, en La Moraleja; risueña y simpática, muy joven, mayor de edad pero apenas, de mohín y hábitos aún adolescentes, chulilla de cara y de figura juncal y elástica, como un olmo joven que ya ha dado de sí todo su largo pero aún no ha comenzado a enramar. Los dos pasaron juntos una tarde feliz, aunque sin sexo, estuvieron charlando y tomando unas copas en una conocida terraza de la zona de Chamartín (en mesa apartada y con gafas de sol, por supuesto). Llegó la noche, y como la pareja pretendía contar a su favor con el hecho de que a falta de tan pocos días para la ceremonia se le estén administrando a la novia sedantes con profusión, concertaron una cita romántica en Palacio (de acuerdo, no muy inteligente, pero ya sabéis donde tiene el grueso de las neuronas cierto personajillo muy ejemplar en el cumplimento de sus deberes); y así después de cenar, un coche con el colaborador más íntimo del Príncipe se llegó hasta la urbanización a buscar a la chiquilla y la trajo a Zarzuela y la introdujo en la habitación de su reciente seductor. Ahora bien, Letizia no dormía esa noche, el por qué lo ignoro, quizás recurrió al viejo truco de esconder las pastillas que le administraban bajo la lengua y no tragarlas, es tremendamente desconfiada y maliciaba algo.
Y tuvo razón. Así que de madrugada se levanta y se pone en marcha hacia el dormitorio de Felipe; cruza varias estancias y camina por el solitario y oscuro jardín como un espectro fugado del castillo de Hamlet, arropada tan solo por un vaporoso e inmenso salto de cama (no quiero pecar de preciosista, pero lo cierto es que la brillante blancura de la prenda deslizándose ingrávida por entre las alargadas sombras de los espesos macizos confería a la escena unos tintes de lo más fantasmal), y accede finalmente al ala central de Palacio por una puerta lateral, la misma que acostumbra a usar cotidianamente para tomar la fortaleza al asalto en sus razzias nocturnas. Se dirige prestamente al cuarto de su amado y antes de llegar, con el instinto de un animal salvaje al que se pretende burlar, olisquea algo y acelera el paso. En su recta final oye claramente murmullos de pasión que disparan todas sus alarmas; ahí dentro, con Felipe, hay alguien más, alguien que no es un camarero ni un amigo ni su madre, alguien que está (¿lo diré?) trajinándose a su hombre; presa de una furia sobrehumana empuja el picaporte con todas sus fuerzas y se encuentra cara a cara con el desastre; su prometido y una maldita zorra que a ella le han presentado en alguna parte están pegándosela delante de sus narices. Y Felipe, que la ha oído entrar, hace un quiebro imposible a medio revolcón sacando cada parte de su cuerpo de donde la tuviera metida y pega un salto estilo Houston que le sitúa a casi un metro por encima de aquel revoltijo de pelo lacio y moreno, almohadas, retazos de piel mórbida, braquitas de color fucsia y ropa de cama. Durante una fracción de segundo aquello parece una escena congelada de Matrix, de esas en las que la cámara realiza el giro completo de 360 grados. Cuando el espaciotiempo reacciona, Felipe cae a plomo todo lo largo que es sobre su nueva favorita, que solo gracias al auxilio de su juventud, una alimentación sana y equilibrada y las clases de tenis consigue zafarse ágilmente hacia un lado, y que arrastrada por la propia inercia de su movimiento y la onda de choque provocada por su amante al aterrizar sobre el colchón es literalmente catapultada sobre el borde de la cama, cayendo al suelo hecha un ovillo entre las sábanas de Holanda, únicamente un pequeño milagro evita que se deje una oreja colgando del tirador de la mesilla. Y es verla Letizia en el suelo y arrojarse sobre ella con los largos y esqueléticos brazos extendidos y todas las uñas por delante gritando como una posesa; de nuevo tan solo gracias a sus rápidos reflejos consigue la chica salvar los ojos, dando un revés instintivo a su rival que la arroja contra la cercana pared. A todo esto los músculos de Felipe, reaccionando por fin a la orden de moverse madurada durante casi un segundo de profunda reflexión en su lejano cerebro, le conducen a situarse entre ambas contendientes para tratar de separarlas, pero es demasiado tarde; Letizia, cuya nariz deja escapar un ligerísimo hilillo encarnado como consecuencia del último manotazo recibido, ya ha olido la sangre, y lanza un enloquecido viaje sobre la yugular del príncipe que este consigue esquivar por milímetros, recibiendo un puntazo de refilón en el hueso de la clavícula; sin pensar en lo que hace Felipe suelta la mano y Letizia recibe un impacto en plena cara que la deja virtualmente groggy, aunque aun tiene tiempo con sus últimas fuerzas de dirigirse trastabilleando hasta la mesilla para tratar de volcar la lámpara (tipo quinque Luis XV, de las que pesan) encima de la cabeza de su adversaria, encontrando tan solo el aire porque esta última viendo el percal hace ya largas décimas de segundo que brincó disparada hacia la salida, sin acordarse por supuesto de lo que llevaba puesto cuando entró en la habitación; así que completamente desnuda abre la puerta de un tirón y se encuentra cara a cara con dos guardaespaldas, uno de ellos en calzoncillos, con las pistolas cargadas y apuntando al cielo, como en las películas, que se disponían a entrar a patadas después de oír las señales del alboroto desde sus dormitorios; la chica, que no está como para que nadie la retenga, pasa a través de ellos y huye pasillo adelante a toda carrera. Y los guardaespaldas, al entrar, se encuentran con Felipe sujetando a duras penas a una Letizia que sigue aullando de forma demoníaca; entre los tres consiguen inmovilizarla sobre la cama y el príncipe llama por el interfono al psiquiatra de su novia para que acuda tan raudo como pueda. Mientras, sus Majestades los Reyes, que como todo Palacio han sido arrancados de su mejor sueño por la escandalera, se dirigen también rápidamente hacia la escena del crimen, en pijamas y chanclas, los batines a medio abrochar, seguidos por una quincena de agregados a la jarana formada por cocineras, mayordomos, expertos en protocolo y demás personal. Y al enfilar el último tramo de pasillo, ¿con quien diréis que se cruzan?, pues con nuestra espigada muchacha, que como recordareis huía despavorida tal y como Dios la trajo al mundo del lugar de los hechos; por supuesto que la chica no se detiene, aparta a empellones a todo quisque y continua corriendo; aquí sale de nuestra historia, no sabemos como se las arreglaría la otra noche para llegar hasta su casa, aunque nos consta que llegó sana y salva. Finalmente el grupo accede a la entrada de la estancia y se queda de piedra; la cara de todo el mundo es de poema; la que llamaba la atención era sin duda la de la Reina, con sus grandes ojos azules abiertos de par en par; El Rey, con la mandíbula desencajada, mira patidifuso al tendido; sobre la cama, tres hombres corpulentos sujetando a duras penas a una mujer que se retuerce y blasfema y lanza espumarajos por la boca (como en aquella película, no me viene...¿os acordáis vosotros?). El psiquiatra se adelanta y entre los cuatro consiguen hacerle tragar varias píldoras tranquilizantes, pero como tardan algo en hacer efecto tienen que permanecer aun unos minutos más inmovilizándola. Cuando la tensión de sus miembros comienza a relajarse, las mentes más lúcidas y expertas reaccionan y ponen en marcha la Operación Silencio; encierran a todo el personal en una sala cercana y proceden a realizar la habitual charla sobre seguridad nacional y razones de Estado, mezcla de intimidación y soborno, con la que pretenden asegurarse la lealtad de los testigos.
Y los Reyes se quedan solos en el dormitorio con su hijo, el psiquiatra, Letizia medio inconsciente y un par de guardaespaldas. Felipe evita la mirada de sus padres, balbucea algo entre dientes y agarrando sus pantalones sale a escape del lugar con destino desconocido; y desconocido sigue siendo hasta ahora, solo se sabe que apareció al día siguiente y ordenó a su edecán que le sirviera el desayuno en su cuarto. Entre el psiquiatra y los dos gorilas (no os hacéis idea de lo que puede pesar un cuerpo en circunstancias como esas, hasta el suyo) llevan a Letizia a sus aposentos, donde duerme dando respingos (y eso que tenía encima suficiente dosis de calmante como para convertir a un potro de carreras en la mula Francis) por unas cuantas horas. Cuando despierta, dos psiquiatras expertos flanqueados por cuatro auxiliares de clínica se pasan media mañana reunidos con ella intentando convencerla de que renuncie a sus planes de venganza, y tras sedarla de nuevo convienen en que podrá asistir a una reunión con Felipe y el Rey, siempre que se tomen las precauciones oportunas. Y de esa forma y a toda prisa (pues tenían que acudir a más eventos, entre ellos una corrida (de toros), se termina llevando a cabo; al parecer Felipe intenta librarse de ella y el Rey presiona en este sentido, ofreciéndole una suma astronómica por su silencio y su desaparición de escena. Pero Letizia, con una calma glacial y mirándoles fijamente a los ojos, les manifiesta su inquebrantable voluntad de contraer las anunciadas nupcias con el Príncipe y ser la Reina de España, y amenaza con hacer público todo este incidente (y muchos más) si alguien intenta interponerse en su camino. Comen y dan una penosa impresión en el acto de la Comunidad que por supuesto es minuciosamente manipulado. Por la tarde, Letizia, ya repuesta y bajo los efectos de los ansiolíticos (y aprovechando que el panoli de su novio es un infeliz que se derrite en cuanto ella le hace un par de cariñitos, pues lo cierto es que pese a todo le tiene en un puño), representa de nuevo su papel a la perfección, bajo los silbos y pitos de la mayor parte de la concurrencia de Las Ventas. Y hoy salen para Dinamarca; ella está exultante, ha llenado siete maletas grandes para cubrir apenas treinta y seis horas y planea que su aparición en el bodorrio escandinavo desplace de primera plana las torturas de Irak o las batallas en Gaza, por supuesto que no está dispuesta a dejar que la novia le robe el protagonismo. Y tras algunas hipócritas y extemporáneas escenificaciones más, llegará su turno. Habrá pues boda, y tras las sonrisas forzadas adivinaremos muecas de ambición, infelicidad y desesperanza.
Bueno, pues esto es lo que hay; dentro de una semana en la Almudena, bajo las nuevas pinturas (que una amiga mía llama pintadas) del Altar Mayor (bueno, sin ofender, yo no soy crítica de arte, prefiero no opinar; además, a caballo regalado (¿copiado?)...a mi las pinturas de abajo no me parecen tan malas, aunque mis gustos son bastante más clásicos; la modernidad de las vidrieras si que me sobrepasa, pero...en fin, siempre nos quedará la música, tan original, tan inédita, tan inspirada...) se llevará a cabo la ceremonia, si Dios no lo remedia. A nuestro alrededor, comentarios de todos los tonos, pero ninguno favorable. Incluso tengo un par de amigas que están a vueltas con eso de que la novia es la Gran Ramera del Apocalipsis, la mismísima Antivirgen, (Apoc. de San Juan, cap.17), teoría que he oído ya comentar por varias fuentes, dicen que todo les cuadra, que la pareja está maldita hasta los tuétanos y que el día D (Z) se desatarán sobre El Foro truenos, rayos y centellas. A mí la verdad, aún siendo católica y apostólica y creyendo en el cielo y en el infierno, ese planteamiento me parece bastante pasado de rosca, tampoco se trata de demonizar a nadie (aunque haya quien se lo merezca), si bien es inquietante la cuestión de como va a mantenerse en su lugar una Reina a quien sus súbditos consideran una ramera de proporciones bíblicas, pues está claro que a niveles más terrenales la situación es de lo más preocupante; continúan saliendo a la luz sin descanso datos, informaciones, entrevistas sobre lo precipitado e impropio de este enlace y sobre el pasado de Letizia, aquí, en Méjico, en Irak, es un goteo continuo que irá a más para convertirse en una riada, por que es cierto lo que dijo Don Juan y antes que él otros muchos hombres ancianos y por ello (casi todos) sabios, que el pasado es siempre presente y ese pasado será a la larga un lastre demasiado pesado para la Monarquía.
Porque el pueblo español puede modernizarse tanto como el que más, pero nunca va a dar el visto bueno a una golfa vacía y acaparadora como Reina (ni a un golfo fatuo y egoísta como Rey), a una pareja que se va de tapadillo a organizar bacanales al Caribe mientras “sus” ciudadanos guardan el preceptivo duelo a sus difuntos. Es incuestionable que han de pesar más veinte siglos de latín en las corvas que siete meses de bulas de colorines en Hola; este pueblo puede matar a Dios y hasta arrojar su cadáver a la fosa común, pero no va a perdonar que los mismos celadores de su cementerio violen su tumba y saquen sus despojos del féretro para colgarlos en lo alto del Mayo y pasearlos por las calles de Madrid el próximo día veintidós; el pitido de esta olla express es cada vez más ensordecedor, no veo nada claro que futuro le cabe esperar a esta cocina, pero seguro que me alegro de no ser parte de los que tienen que ocuparse de ella. Al tiempo.
Y hablando de cocinas, aprovecho este post para reiterar nuestro llamamiento a la cacerolada, una forma de protestar pacífica, cómoda (cada uno la puede hacer desde su casa), contagiosa (seguro que cuando el vecino distraído se entere de la razón por la que estáis aporreando el perol de hervir el pescado con semejante entusiasmo se une a la fiesta) y que no se puede instrumentalizar fácilmente. Y aunque no estemos de acuerdo con que haya grupos que quieran usar el sentir popular para tratar de llevar el agua a su molino, estaremos presentes en las concentraciones antiboda convocadas en nuestra población; ateos, creyentes, de derechas, de izquierdas, anti-Felipistas, republicanos, cada uno con su bandera, sin banderas, todos unidos para denunciar esta grave equivocación para nuestro país. Adelante, se lo debemos a mucha gente. (El alcalde nos da ese día transporte gratis para que el rebaño vaya a hacer bulto (¿ya recelan?); bien, pues utilicémoslo para acudir a dichas concentraciones; ay, alcalde, alcalde, de otras muchas cosas estamos necesitados en la Villa y ExCorte antes que de ir a babear a la Almudena para mayor gloria de cuatro cortesanos de vía estrecha (¿o es que vais a arrojarnos encima las sobras del banquete para que las rebañemos sobre el asfalto, quizás hasta un pedacito de esa tan traída y llevada tortilla desestructurada” para que los que solo existimos para pagar también podamos degustarla?; no se por qué me da en la nariz que la de la tortilla va a ser la menor de las desestructuraciones que nos esperan).
Por lo demás, deciros que tenemos elementos de nuestro grupo que acudirán como invitados por derecho propio a la ceremonia y si ocurre algo digno de mención haremos lo imposible por contarlo. Un saludo a todos. Hasta cuando sea.
PD Una nota más ligera; se dice que si Pilar será esta, la otra o el de más allá; bueno, voy a daros una pista que es rigurosamente cierta; la persona que ha escrito este post tiene los ojos genuinamente verdes (de nacimiento).