Yo no soy economista pero me da que este mundo obsesionado por acumular empezó con John Locke y su concepto de la propiedad privada. Al menos le puso salvedades: debe quedar suficiente para otros, que nada se eche a perder y que tú mezcles tu trabajo con el mundo. Hasta ahí todo comprensible para no ser economista.
Pero claro una vez que se introdujo el dinero por “consentimiento tácito” de los hombres, ya no hay salvedades. Ahora el producto y la propiedad ya no son adquiridas por tu trabajo sino por tu dinero y ya nos olvidamos de que quede para otros y que no se desperdicien los productos. Curiosamente todo esto concuerda con los intereses de los dueños del capital. Y todo esto sin ser economista.
Y ya para rematar llega Adam Smith y le agrega el concepto de religión. Ya no es una cuestión de propiedad privada (se da por hecho) y que hay inversionistas que compran mano de obra (se da por hecho), no hay limite sobre la mano de obra que pueden comprar, cuanto pueden acumular o cuanta es la desigualdad (se da por hecho). Entonces nos surge la pregunta: ¿cómo igualamos al equilibrio entre oferta y demanda? pues con la “mano invisible” del mercado-dios. El sistema es el propio dios, con lo cual nadie puede discutir su palabra ni su obra. Pero espera, que también nos deja esta perla: “la escasez de la subsistencia pone limites a la reproducción de los pobres y la naturaleza no puede manejarlo de otro modo salvo con la eliminación de sus hijos”.
Nos la han metido hasta el fondo y sin saber nada de economía.
Yo no soy profesor de filosofía pero esto que dice el Dalai Lama como que suena bastante lógico: “El ser humano… sacrifica su salud con tal de hacer dinero. Entonces sacrifica su dinero para recuperar la salud. Y después tiene tanta angustia por el futuro que no disfruta del presente; el resultado, que no tiene vida ni en el presente ni en el futuro; vive como si nunca fuera a morir y entonces muere sin nunca haber vivido realmente”. Llámame loco, pero dejarte la salud y la mayor parte de tu tiempo en algo que luego vas a necesitar para recuperar lo que has perdido, suena a género tonto no, a género tontísimo.
Yo no soy psicólogo, pero la experiencia de Heidemarie Schwermer, una profesora alemana que hace tiempo que dejó de utilizar el dinero, afirma que uno de los principales errores de nuestra sociedad es separar ocio y trabajo, porque la mayoría hace algo que no le gusta sólo por ganar dinero y gastarlo en cosas que no necesita. Seguro que a ti no te ha pasado nunca, ¿verdad?
Pero espera que también tenemos a Enric Duran, activista catalán que nos invita a promover una economía local, comunitaria y de apoyo mutuo. La solución puede estar en las monedas alternativas, ya sean electrónicas o locales, que están siendo aceptadas por comercios, cooperativas y personas que “desean revertir las relaciones económicas”. Sobre todo porque esas relaciones económicas solo favorecen a muy poquitos, y seguro que tú no eres uno de ellos.
Y por supuesto, Mark Boyle, el creador del “Manifiesto Sin Dinero” (perdónenme la traducción de Albacete de “Moneyless Manifesto“) podemos reflexionar sobre como grandes economías de escala significa que grandes números de personas tienen que comprar y (este punto es crucial) es fundamental que el menor número posible de nosotros comparta lo que hemos comprado. Cada persona comprando algo “único” para ella, significa que cada colina será minada y cada bosque talado. ¿Para qué vamos a disminuir la demanda? Por favor, eso es de comunistas.
Por todos lados vemos ejemplos de como gente de todos los estratos empiezan a cuestionarse este modelo absurdo de estafa Ponzi que es la economía globalizada y experimenta en sus propias carnes como vive un mendigo, o como una pareja irlandesa intenta dar la vuelta al mundo sin dinero, o como un artista ruso intercambia sus cuadros y pinturas por los servicios para atravesar Rusia y Turquía. Y fíjate, nadie se ha muerto ni se arrepiente de hacerlo.
Así que la mayoría de los que estáis leyendo esto no seréis ni economistas, ni profesores, ni psicólogos como me pasa a mi, entonces me surge la última duda:
Pero que somos… ¿gilipollas?