Una vez que el icono del psicoanalista cayó, emergieron todos sus enemigos como triunfadores, proponiendo toda clase de respuestas liberalizadoras en un mercado de la insatisfacción donde el capitalismo y los políticos de la derecha se adaptaron rápidamente para sacar beneficio de este ansia de liberación, respuestas y deseos infinitos. Paradójicamente esto produciría unos consumidores más manipulables que cualesquiera otros del pasado.
Uno de los críticos del psicoanálisis era Wilhelm Reich, antiguo discípulo de Freud. Reich creía que dentro del ser humano había bondad, y que el hecho de reprimir sus instintos era lo que hacía a la gente peligrosa. Reich murió sin mayor trascendencia para la psicología, presa de sus descabelladas teorías sobre la libido como fuerza propulsora del ser humano. Pero se recuperaría lo fundamental de su crítica en los 60.
Mientras, en las calles, se sucedían las protestas por la Guerra de Vietnam. El estado quería unos consumidores entretenidos mientras se libraba una guerra ilegal. Los estudiantes y la izquierda se rebelaron contra el estado y los publicistas que les habían metido un policía dentro de sus cabezas, y reaccionaron intentando dañar al gobierno. Pero no lo consiguieron y fueron repelidos violentamente, así que al no poder con el que implantó al policía en sus cabezas, intentaron quitarse al propio policía dentro de sus cabezas. Cambiar el interior de uno mismo, para llegado el momento, salir y cambiar el exterior.
En esa línea, el centro Esalen, dirigido por anti-psicoanalistas rescató la filosofía de Reich y se atrevió con algunos problemas sociales para demostrar su eficacia.
La industria se dio cuenta de que debían fabricar productos, no para que los consumidores se sintieran parte del conjunto feliz de la ciudadanía, sino para que se sintieran únicos en una masa uniforme, para expresar su individualidad. Los productos siempre se asociaron a emociones, lo novedoso aquí fue que ahora se asociaban al conjunto del individuo, a su esencia, su forma de ser, su forma de vida, su individualidad. Esto era un reto para la industria porque no se podían fabricar tal variedad de productos para satisfacer todas las individualidades, no sería rentable por el coste de fabricación de cada producto.
Entonces llegó Werner Erhard, y con sus técnicas (EST) dio una vuelta más de tuerca. Decía que Esalen se quedaba corto, porque no había ningún yo interior, bueno o malo, estábamos vacios y por tanto podíamos ser quien quisiéramos ser, el yo lo construíamos nosotros mismos, independientemente de la realidad exterior. Pero entonces la anterior idea de cambiar desde dentro para luego cambiar el exterior, no se vería culminada, ya que el exterior era secundario en la persecución de la felicidad.
Para satisfacer las necesidades de auto-creación de estos yoes, el capitalismo se especializó en conocer los tipos de persona. Categorizó a la población según sus deseos con la ayuda de Masslow y su jerarquía de necesidades. En la cúspide estaba la auto-realización: los más libres, y los que habían cubierto todas las necesidades de los estratos inferiores. Usaron cuestionarios y encontraron que podían identificar a los que estaban en la cúspide de la jerarquía, no por su clase social, sino porque básicamente expresaban sus altas necesidades de unas cuantas maneras, finitas y diferentes de ser. Eran los estilos de vida individualistas dirigidos hacia el interior.
En la política de los 80, Reagan y Thatcher ganaban gracias al apoyo de diferentes clases sociales que solo tenían en común que eran auto-realizados, y necesitaban líderes que les hablasen en clave de individualismo y auto-realización, que les permitiesen al pueblo ser lo que querían ser sin interferencias del exterior.
Ahora los ordenadores podían fabricar una variedad mayor de productos manteniendo la rentabilidad. Se había creado un mercado para contentar a una generación de descontentos con el sistema.
Fuente: http://produccionesporcinascrespo-hmg.blogspot.com/
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