Su enseñanza iniciática, que se inserta en la admirable tradición del iluminismo cristiano, Saint-Martin la dispensa de boca a oído, teniendo con los que él juzgaba iniciables numerosos encuentros. La impartió a través de sus libros, los cuales no tenían otro objeto, según su propio deseo, que el de invitar al lector a abandonar todos los libros, sin exceptuar los suyos. La obra escrita de Saint-Martin permanece como fuente viva, siempre abierta a todos aunque no todos puedan siempre abrevarse en ella, o extraer la doctrina del Filósofo Desconocido.
Esta doctrina, durante el último cuarto del siglo XVIIIº y durante todo el siglo XIXº, ha guiado a un número de hombres y mujeres que no se puede calcular, pero que suele subestimarse, hombres y mujeres que conocieron a Saint-Martin, sea por el mismo Saint-Martin en su cuerpo de carne, sea por sus libros, sea por mediación de alguno de sus amigos, de algún discípulo, o finalmente por varios canales a la vez.
Intuitivamente le pareció al Dr. Gérard Encausse (1865-1916) que, para preservar el depósito de la doctrina Martinista (donde sintió que se preservaba el tesoro del iluminismo occidental), para favorecer su estudio, su aplicación y su difusión, le pareció a Papus que la fundación de una Orden iniciática sería oportuna y eficaz. Así, las primeras iniciaciones individuales tuvieron lugar en 1884; poco antes, se fundó una primera Logia; los cuadernos de instrucción salieron a la luz a partir de 1887 y, en 1891, se constituye el primer Supremo Consejo que reunió a los principales ocultistas de la época. Papus fue el Presidente de este Supremo Consejo, tomando enseguida el título de Gran Maestro.
Ahora bien, de Papus a Philippe Encausse, su hijo, se mantiene la misma concepción de la Orden en tanto que sociedad: No exige a sus miembros ni cotización ni derechos de entrada en la Orden, no exigiendo tampoco ningún tributo regular de sus Logias al Supremo Consejo, el Martinismo se mantiene así fiel a su espíritu y a sus orígenes haciendo de la pobreza material su primera regla. […] Por esto mismo, puede exigir a sus miembros un trabajo intelectual sostenido, crear escuelas, otorgando sus grados exclusivamente bajo consideración y abriendo sus puertas a todos a condición de justificar cualquier riqueza intelectual o moral, y devolver a otra parte a los ociosos y pedantes que quieren llegar a algo con dinero (Papus, Martinesismo, Willermozismo, Martinismo y Franc-Masonería. París, Chamuel, 1899, pp.41-42.)
La Orden en cuestión (es útil señalarlo), era la Orden Martinista. El epíteto escogido por Papus, cuya polisemia induce a confusión antes de aprender a deletrear, el epíteto “Martinista” hacía referencia objetivamente a Saint-Martin, y Papus destacará cada vez más esta referencia. Para nosotros, su sentido es claro: la Orden Martinista ha sido situada, según el deseo providencial de su fundador y conforme a su instinto espiritual con toda certeza, bajo el patronazgo y en la esfera de influencia esotérica del Filósofo Desconocido.
En martinismo hay guías muy valiosos pero no hay maestros; o más bien solo hay un Maestro, y este no es un hombre: No os hagáis llamar Maestro. Pues solo tenéis un Maestro: y vosotros sois todos hermanos.
Si las técnicas y las recetas son necesarias en la vía iniciática, y por lo tanto en la vía Martinista, no existe sin embargo ninguna técnica infalible, ninguna receta total y de un efecto, por así decir, mecánico. La caridad, reflejo de la gracia, llama a la gracia, la caridad (que es, según se quiera traducir, amor, amistad, caridad) es primordial:“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha” [1 Co. 13:1-3]. Ahora bien, este amor inspira el deseo de conocimiento y se acrecienta por un conocimiento elevado.
Este amor ligado al conocimiento, ¿no es la gnosis, que implica la fraternidad universal y la invención de los símbolos? ¡Desgraciado quien crea poder conocer a Dios por otro medio que no sea el amor! ¿Cómo llegar al fondo de los seres si no es por su analogía?
Al amor, que su amor ha suscitado, Dios responde por amor. Gracia tras gracia, gracia por gracia.
En términos simples, pues trata de suscitar el interés, Papus ha sugerido excelentemente todo, esto y no otra cosa, cuando califica así a su Orden:
- Derivando directamente del iluminismo cristiano, el Martinismo afianza sus mismos principios. […] La Orden en su conjunto es ante todo una escuela de caballería moral, esforzándose en desarrollar la espiritualidad de sus miembros por el estudio del mundo invisible y de sus leyes, por el ejercicio de la caridad y de la asistencia intelectual y por la creación en cada espíritu de una fe mucho más sólida en tanto que se basa en la observación y la ciencia.
- Los Martinistas no practican la magia, ni la blanca ni mucho menos la negra. Estudian, oran y perdonan las injurias de la mejor manera posible.
- Acusados de ser diablos por algunos, de clérigos por otros, y de magos negros o alineados por la multitud, permanecemos simplemente como fervientes Caballeros de Cristo, enemigos de la violencia y de la venganza, sinarquistas convencidos, opuestos a toda anarquía tanto en lo alto como en lo bajo, en una palabra, Martinistas...
Martinista significa pues discípulo de Saint-Martin.
En cuanto a la Orden Martinista, fundada en 1891 bajo este título por el Dr. Gérard Encausse, conocido como Papus, forma una sociedad que agrupa a Martinistas con vistas a un mejor aprendizaje del Martinismo. El Martinismo no constituye una religión. No puede ser confundido jamás con el conjunto de teorías y de técnicas, enraizadas en la ley de correspondencias que, desde Eliphas Lévi, se conocen habitualmente con el título de ocultismo. [...]
Pero el Martinismo es [ante todo] una doctrina de iniciación, de iniciación interna (el adjetivo, si no aparece, se sobreentiende siempre), de iniciación en el verdadero sentido de la palabra iniciar que, en su etimología latina, quiere decir acercar, unir al principio; esa iniciación capaz de anular la distancia que se halla entre la luz y el hombre, donde acercándole a su principio le restablece en el mismo estado en que se encontraba en su origen.
El Martinismo es un iluminismo y la Orden Martinista una sociedad iniciática.